¿CUÁNDO UNA FOTOGRAFÍA PIERDE LA MEMORIA?

¿Cómo podría suceder que a una imagen “se le borre la memoria”?

     Pregunta inquietante la que se hace este FIFV al cumplir sus 15 años de existencia. Ha dejado la infancia y avanza hacia la adultez. En este tránsito adolescente, interroga su propia memoria.

     En el montaje de nuestra memoria seleccionamos algunas fotografías mentales y descartamos otras, influidos más por la emoción que por la razón. Algunas escenas aparecen coloreadas con intensidad y otras borroneadas o totalmente ausentes. Y es que la memoria comparte laboratorio con el procesamiento de las emociones y de los instintos sexuales, que se alojan en la misma zona del cerebro. La neurociencia ya lo ha dicho: los hechos y experiencias que registramos son los que portan una mayor carga emocional para nosotros. La memoria, entonces, es un arte combinatorio: registra elementos de la experiencia pero los selecciona y recombina en un relato. 

     Ese registro no obedece al tiempo lineal ni ordena los elementos de manera rigurosa. La memoria es tan frágil y opaca como nuestra subjetividad. Su composición es compleja y enmarañada: admite cruces, contradicciones, vacíos, errores, repeticiones, anacronismos e imaginaciones. Las imágenes se yuxtaponen, se asocian o se enfrentan, y generan nuevos significados al relacionarse. Hay también capas más profundas de la memoria y otras más accesibles; hay recuerdos agazapados en el subconsciente y otros que nos obsesionan día a día.

     Proceso engorroso, pero crucial. De ninguna manera su complejidad y su carácter aleatorio deberían llevarnos a considerar que la memoria es un “invento”. Despreciar el valor político, ético y estético de la memoria es un acto deshumanizante y violento, y es lo que han hecho una y otra vez los regímenes totalitarios para imponer “su relato” como el único válido. Necesitamos respetar la memoria personal y colectiva para vivir junto a otros; defender su valor testimonial y su capacidad de “dar cuenta” de los hechos. Sin memoria viviríamos en un mundo aún más delirante, quedaríamos sin cultura y sin lenguaje, se borraría nuestra identidad. La memoria nos sostiene, nos da significado, nos permite comunicarnos con otros. Olvidar el nombre de un amigo tiene algo de traición.

     La fotografía posee fuerza de prueba. Como portadora de un momento, cada imagen fotográfica es una declaración de que “esto ha sido”. La mejor manera de comprobar que algo existe o ha existido es mostrar una fotografía. La fotografía es, por ello, guardiana de la memoria.

     La yuxtaposición de tiempos genera una dialéctica en la que pasado y presente se afectan mutuamente. Una imagen del pasado viene a reactivar el presente, a transformarlo y, viceversa, una imagen actual echa otra luz sobre el pasado. El pasado, de este modo, no llega al presente como souvenir o como fetiche patrimonial, sino como la intromisión de lo otro, de una diferencia capaz de interferir en el presente.

Catalina Mena Larraín.