Raíz&Caos

Catalina mena

Nos decían “caos” y se nos disparaba el miedo. Esa palabra nos paralizaba. Pero las palabras y las cosas quedaron desarraigadas, flotando en el exilio del lenguaje. Entonces hubo que ensayar otras maneras de decir. Quizás decir “caos” ya no evocara un quiebre, quizás esa palabra se conjugara de un modo natural en nuestro cuerpo.

Puede que abrazar el caos fuera un modo de reconocernos. Y así va siendo. Tras dos años de realidad virtualizada, el FIFV vuelve a poner el cuerpo. Volvemos a tomarnos la ciudad, a contaminarnos con sus ruidos, sus olores, sus imágenes, sus gentes. Nos reencarnamos en un mundo crecientemente globalizado, y cada vez más cambiante e incierto. Emitimos nuestra voz en medio de la crisis climática, el desplome del modelo económico, la violencia, la desigualdad, el hambre, la sequía, la guerra y las migraciones. “El mundo está caótico”, se oye decir por todas partes. Se habla de un trance epocal, de un cambio de paradigma, del final de una era.

Y tal vez todo esto ocurra, primeramente, en el lenguaje. Quizás lo que se esté debilitando sea la lógica lineal, esa que pretende someterlo todo al cálculo y la estadística, esa que dice que hay causas y efectos, esa que cree en la modernidad y en el progreso, esa que solo quiere ganancias. Esa que no sabe perder.

Queriendo eliminar la incertidumbre hicimos del mundo un lugar violento.

Y es que el mundo de lo vivo siempre fue complejo: millones de partes relacionadas cuyas interacciones nunca respondieron a las leyes de la causalidad, ni fueron visibles a nuestros ojos. Hay demasiadas variables ocultas que nos impiden comprender la totalidad. Somos parte de una red interdependiente, diversa, incierta, aleatoria; nos movemos en la temporalidad y estamos siempre en estado de emergencia, recreándonos.

Quizás lo que llamamos caótico sea, simplemente, aquello que no podemos comprender. Para transitar la incertidumbre sin miedo habría que aceptar los límites de la razón.

“Caos y raíces”: así se titula esta versión del FIFV. Habla de un mundo impredecible, pero también recuerda la dimensión que nos vincula al pasado. De caos y raíces se constituye el acto fotográfico: implica involucrarse con el entorno y sus accidentes, pero siempre surge de una reserva visual que se aloja en la memoria. Codificamos, almacenamos, recuperamos y recreamos imágenes en un ciclo imparable. Por un lado, estamos lanzados al azar; por el otro, amarrados al cordón umbilical de la historia.

La evocación de las raíces no sólo es anclaje al sustrato de la memoria, sino también a la tierra. Aquí el caos es orden natural. Se ha visto que algunos árboles unen sus raíces a las de otros de la misma especie para compartir recursos hídricos y nutritivos. Esta unión puede ayudar a que un árbol herido sobreviva y resista a la erosión. Parece que las raíces se las arreglan con el caos.

Algunos dicen que el pasado es el futuro, que para poder continuar el viaje hay que retomar un momento previo. Recordar que hubo otra forma de estar, de relacionarse, de observar, antes de que el tiempo nos fuera arrebatado. Hubo agua, hubo tierra, hubo silencio. Hubo tiempo para perder el tiempo.